No es una historia para señalar a nadie, ni una colección de frases bonitas para tapar el dolor. Es un mapa: el de un año en el que el cuerpo, la cabeza y la rutina se pusieron de acuerdo para decir “hasta aquí”.
Si alguna vez te has visto haciendo tu vida normal —trabajar, responder mensajes, sonreír— mientras por dentro se te cae el techo, aquí vas a reconocer el teatro. Y si además te obsesionas con entender, con arreglar, con volver al punto exacto donde todo se torció, también vas a reconocer el bucle.
A lo largo de estos capítulos vas a encontrar dos cosas mezcladas: escenas (momentos concretos, muy terrenales) y herramientas (pequeños protocolos para cuando la mente se acelera y el cuerpo entra en alarma). No pretenden sustituir a un profesional; pretenden darte aire entre una cosa y otra. Una forma de recuperar margen.
Los capítulos siguen un orden emocional, no cronológico. Empiezan en el golpe, atraviesan la fase de obsesión digital y la rabia contenida, y llegan a una idea más realista de equilibrio: no como perfección, sino como ritmo. Por el camino, la salud aparece como lo que es: un espejo que no se puede ignorar.
Ojalá este libro te sirva de dos maneras: como espejo (para no sentirte raro por sentir lo que sientes) y como caja de herramientas (para volver a elegir tus pasos cuando la vida va demasiado rápido).